Por Ignacio MUCIENTES
(Ingeniero Agrónomo – Decano del COIACLC)
Cuando los rebaños de ovinos y caprinos abundaban en la década de los setenta y ochenta del pasado siglo, no era infrecuente pasear por el campo y encontrarse con algún cadáver de ovejas y cabras que en sistemas de semi-intensivo y extensivo pastoreaban en nuestros campos.
Por el contrario, los de equinos y vacunos eran ya escasos. Aunque a primera vista el efecto no produjese agrado alguno, lo cierto es que todos sabíamos que esos cadáveres eran aprovechados por multitud de animales. Entre ellos, el lobo; el zorro; jabalí; urracas (Pica pica) y, cómo no, nuestros buitres leonados. Sea como fuere lo cierto es que el cadáver desaparecía en pocos días de la zona porque gracias a la labor desempeñada por estos y otros animales habría que añadir la desempeñada por dípteros, que poniendo huevos en el cadáver daban alimento a sus larvas y a la par a los paseriformes de turno que predaban sobre ellos. Este fenómeno de consumir la carroña evitaba el que los buitres atacasen a las ovejas, cabras o vacas cuando estaban pariendo, o bien que el jabalí destrozase cultivos y los bardos de conejos y nidos de perdiz, o que al lobo le diese por atacar al ganado. La naturaleza, en cierto modo, estaba equilibrada.
La enfermedad de las vacas locas hizo que la práctica de tirar reses muertas al campo se prohibiese y en cierto modo el ciclo natural se vio alterado. Empezaron a registrarse los primeros muladares a los que se les surtía de cadáveres de animales y despojos para que las aves carroñeras obtuviesen alimento. Éstas y otros animales empezaron a cambiar sus hábitos desequilibrando la pirámide.
Hoy en día, ciertas regiones de España vuelven a permitir (con restricciones) que se abandonen cadáveres de ovejas y cabras. Esperemos que esta medida se amplíe a otras regiones y a corto y medio plazo tengamos toda la península con este hábito.